Doce, amadeirado e picante, se despliega a través de un conjunto de 3 esculturas, 3 pinturas y un gran dibujo interactivo, que conforman un ensayo visual que intenta aproximarse a la canela -una especia imprescindible para la idiosincrasia de la cocina criolla en el Perú, a través de sus orillas geográficas y políticas.
El proyecto se propone rastrear un proceso histórico como fue el comercio triangular, el cual consistió en una ruta comercial trazada a partir del siglo XVI en el Océano Atlántico, la cual unía a los continentes de América, Europa y África. Dicha ruta dio lugar a la expansión, por ejemplo, de la canela en el mundo, así como a las consecuencias que de ello derivaron para determinadas comunidades en términos de opresión durante los procesos de colonización y establecimiento de rutas comerciales.
La propuesta tiene como punto de partida el proyecto Altar a San Benito de Cañete, que parte a su vez del dulce típico regional llamado Frejol Colado. El dulce, ha sido preparado durante décadas por la familia del abuelo materno del artista y refiere a su lugar de origen: San Benito de Cañete, una localidad agrícola al sur de Lima donde, como el abuelo, la gran mayoría de la población era afrodescendiente. Dicho proceso demográfico fue producto del trabajo esclavizado que sirvió en los grandes latifundios de la región, durante más de dos siglos. El Frejol Colado, tiene entre sus ingredientes principales a la canela y es considerado parte de la comida tradicional peruana. Resulta interesante que casi toda la canela consumida actualmente en el Perú, proviene de Sri Lanka, lo cual viene sucediendo desde el período colonial. La distribución interoceánica de la canela comenzó cuando una expedición portuguesa encontró la valiosa especia creciendo de manera silvestre gracias las condiciones climáticas que se daban en dicha isla y al probarla, reconocer sus propiedades y entender cómo ésta representaba un producto fundamental para sus pobladores, iniciaron el proceso de apropiación y monopolización del producto.
La canela como algo sugerente, como algo delicioso y valioso, pero también la canela como un síntoma social, donde las relaciones de sometimiento y violencia se hacen presentes.
A través del cuerpo de obra presentado en esta muestra, el artista intenta hacer alusión a los buques o fragatas que iniciaron en el siglo XVI el transporte de la valiosa especia como de tantas otras, sin embargo, en este caso las alusiones a las velas de las embarcaciones son presentadas como dislocadas, amorfas, rasgadas. Anuladas de su función, de impulsar naves a través de las resistencias que generan contra los vientos marítimos. Velas que unen continentes, pero que aquí sostienen el valioso producto, mojado, quemado, a punto de caerse, bajo una tensión impuesta por los retazos de un imperialismo tóxico y venenoso, que hasta el día de hoy dialoga y es parte de la construcción de nuestras identidades.